Así quedaron todas las tierras de cultivo y más del 90 % de la selva o terrenos boscosos bajo la tutela colectiva de las comunidades campesinas, que no son típicamente una propiedad colectiva y menos un accionariado societario de la tierra; no es, entonces, un sistema de equitativa repartición de los beneficios que produce este bien, pero tampoco un tipo de aprovechamiento capitalista de la tierra; ni siquiera se puede hablar de acceso equitativo, los hijos y nietos de las familias que conformaron las iniciales comunidades campesinas, tienen que conformarse con un pedazo repartido entre su parentela de los espacios asignados a sus abuelos, la tierra escasea con cada generación; resumiendo, este sistema de comunidades campesinas es un producto abortado de intento de socialización del bien tierra, aunque, hay que reconocer, un empobrecedor pero muy eficaz medio de protección de la sobre-explotación de los suelos.
El 50% aproximadamente de tierras para pastoreo son de propiedad privada, 40 % de propiedad comunal, y un 10% aproximadamente (pero las mejores) son de propiedad de las empresas rurales; todas las empresas rurales fueron un rotundo fracaso social, no cambió en nada la situación del pastor; y con una o dos honrosas excepciones, tal vez solo un caso en toda la región Puno, todas mostraron modestísimos resultados productivos (dadas la calidad y cantidad de tierras que el estado les regaló), casi todas envueltas reincidentemente en descalabros económicos a manos de malos técnicos encumbrados en las cúpulas directivas. Este sistema, se diría, es un aborto feudaloide de un modelo concebido para ser social-capitalista; dado que los directivos son generalmente extraños para la cultura pecuaria local, finalmente resultaron ser organizaciones Pasto K’aras (adjetivo insultante que significa arrasador o pelador de pastos, lo escuche en Nuñoa en voz de uno de sus ciudadanos refiriéndose a la Empresa de Propiedad Social Rural Nuñoa). ¡Son una brutal aberración!.
La propiedad privada solo es viable si y solo si la producción es semi-feudal que se erige sobre las espaldas de los de más abajo: los pastores y/o agricultores; el único mercado intermediario que se conoce (comercio monopsónico) para los productos no paga ni siquiera los costos mínimos de producción asalariada para pastores o agricultores a razón de 1,00 dólar per cápita por día, o el monto mínimo (bajo criterio de la FAO) con el que se puede asegurar la pancita satisfecha. Ciertamente, la actividad pecuaria es más un sistema de ahorro para suplir la función de los microbancos de consumo de otras sociedades, que un sistema de generación y/o repartición de riqueza.
Es decir, resumiendo, la forma en que se reparte la tierra y el acceso a los beneficios que produce es críticamente expulsor de gentes en busca de mejores condiciones de vida, para encontrarse que la realidad es peor en las villas miseria de Lima u otras ciudades, a donde van a parar mis paisanos desarraigados por los extravíos de los economistas.
Alimentando al monstruo
“Uno de los vicios de nuestra organización política es, ciertamente, su centralismo. Pero la solución no reside en federalismo de raíz e inspiración feudales. Nuestra organización política y económica necesita ser íntegramente revisada y transformada” Diagosticaba Maríategui en su ensayo sobre el Regionalismo y Centralismo, uno de los siete. Por desgracia el maestro se quedó muy corto.
Unos dirían que los de Carabaya y alrededores viven a un ritmo de vida anacrónico, que no se integraron hasta ahora al “sistema eficaz” de comercialización y aprovechamiento rentable de los productos de la tierra, que sus métodos de producción no son los recomendables, los que en verdad “son buenos”, que el secreto para vivir mejor es ser ricos (en dinero) y explotar la tierra a un ritmo que satisfaga las demandas de la exportación, o convertirse en los indiecitos que producen el plátano, las naranjas, los mangos, los espárragos para que los gringos o europeos se los coman a mitad del costo con el que los suyos producirían lo mismo; y suenan algunas voces susurrando interesadamente que “urge planificar el mejor aprovechamiento de la alpaca, del café, de la coca, de los bosques y sus beneficios para generar riqueza”; otros mas, los campeones de la idiotez, emiten leyes que, dizque, nos beneficiarán promoviendo clusters que se dediquen a la explotación de la biotecnología en las megaciudades, allá donde los obreros gastan más del 50% de sus míseros sueldos en el trasporte urbano, o ahorran media vida de sueldos para comprarse el automóvil propio, sabiendo que ese esfuerzo va a parar a manos de los verdaderos dueños de la gasolina o la Toyota Corporation, esos que leen el Dow Jones o Nasdak de todos los días porque “tienen la cabeza para hacer trabajar al dinero, pues éste y no los músculos debe ser quien trabaja” (vaya metafilosofía).
Por otro lado, los escépticos, que no faltamos, decimos que no, que ahondar o persistir con el sistema de siempre, no traerá nada bueno como que sólo trajo pobreza y desarraigo de nuestra gente durante los casi 500 años de coloniaje en el que se vive. Que lo anacrónico es la expoliación de recursos para beneficio ajeno; que lo ético es que si existe una empresa generadora de electricidad como San Gaban con los 110 MW actuales y sus mas de 475 MW planificados para los próximos años, no se lleven toda la energía afuera como hoy, y hasta pretendan exportarla; que es ético que por lo menos algún foco se ilumine para el beneficio de esa población que soporta y soportará (se banca, diría Elina) los efectos nocivos de los futuros 4 embalses del Río que le da el nombre.
Bajo estas condiciones, es inhumano, es antitético de la mínima moral que se inviertan más recursos en prolongar la agonía de miles de familias colonizadas como las de Carabaya. No se puede pretender que prosiga por más tiempo la explotación de los marginados, cuyo origen es el sistema de COLONIALISMO INTERNO (en esto se equivocó el Maestro José Carlos) que sumerge en la miseria a millones de ciudadanos y, para colmo, obligados a alimentar los privilegios de las capitales, como se da con el caso del ROBO de recursos por Canon Minero, otra deshonra para los pueblos olvidados del Perú.
Para nuestros amigos extranjeros:
el meollo de la reforma agraria velasquista fue eliminar los latifundios creando propiedades colectivas; se expropiaron las mejores tierras, incluidos todos los animales domésticos de manos de los latinfundistas, o quienes poseían grandes extensiones de terreno; el modelo, al quedar trunco –si es que tuvo una meta real- determinó que en Carabaya y alrededores, por inercia derive o tome las características del único modelo conocido, o el que era el más familiar: las empresas rurales reprodujeron todos los vicios del odiado patronazgo; el nuevo propietario todopoderoso es la cúpula de directivos, mientras que los pastores siguen como si la reforma nunca se hubiera implantado.
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