Ahí, por lo menos todas las tardes y durante todo el año, el cañón labrado por el río Macusani, como en los muchos otros cañones que llegan hasta la selva, se llenan de neblina tan densa que le confieren la necesaria humedad y, con ella una muy alta seguridad de cosecha.
A LA VUELTA DE LA ESQUINA.
28/7/07
San José; el de la giba del Augurio
Ahí, por lo menos todas las tardes y durante todo el año, el cañón labrado por el río Macusani, como en los muchos otros cañones que llegan hasta la selva, se llenan de neblina tan densa que le confieren la necesaria humedad y, con ella una muy alta seguridad de cosecha.
22/7/07
Imposturas y pagos... como las de Araoz
El K’intu, legendaria versión original de las desvirtuaciones que hoy cada vez se popularizan más con el nombre del “pago a la tierra”, es un rito para ocasiones de fiesta u oportunidades en que se precisa el respetuoso contacto del hombre con lo sobrenatural; se entiende que el umbral que comunica lo tangible, lo humano, lo terrenal con los generosos designios ininteligibles que proveen las cosechas abundantes, las dádivas gratuitas de retoños de animales domésticos de gran calidad, es la tierra, la bendita tierra; hay quienes dicen que algunas gentes cercanas la llamaban Pachamama, neologismo que hoy cada vez se hace popular y penetra hasta las médulas de la Carabaya donde nací, término claramente importado que ya desplazó, o restauró al nombre nativo que hace mucho, muchos años, se perdió en el anonimato por falta de registro. Puede ser que mis ancestros la conocieran sólo como Hallp’ita o tierrita (diminutivo por cariño).
De una especie de levitas
Cuando es preciso, y siempre que hay la necesidad de dirigirse hacia el poder maternal de algo divino, lo es; se convoca a una especie de levita, o hijo de la casa de Israel especializado en los menesteres de comunicarse con Dios por medio del altar entre los viejos hebreos; recuerdo, por ejemplo al tata Arce (así apellidaba, no sorprenda el mestizaje) el encargado preferido para los K’intus durante las ocasiones en que en nuestra familia teníamos que festejar a los animales; en Carnavales a todos los habidos y por haber, Junio a las ovejas o chitas (nombre local de uso exclusivo en ocasiones festivas) en Agosto a las Alpacas o schilis (segundo nombre de igual caracteristica que el anterior) y en cualquiera de las dos anteriores oportunidades a las reses o churus (otro nombre igual que los anteriores); si las últimas, las llamas, los caballos o cualquier otra especie abunda como bien familiar, sus propietarios les suelen dedicar un mes especial para festejarlos y atenderlos exclusivamente.
Arce era pastor, cuando le conocí se trasladaba siempre con el auxilio de un borrico porque cuando joven había tenido el infortunio de ser sorprendido por un rayo a orillas del Soramayo, un riachuelo a unos 10 Km al oeste de Macusani; en el momento de su desgracia él se habría encontrado felizmente solo, y tuvo la suerte de no haber sido visto por ningún humano mientras resucitaba del devastador impacto eléctrico que le dejó una enorme cicatriz en la espalda, desde el hombro derecho a la rabadilla izquierda; decía él, y dicen siempre, que si alguien lo habría acompañado o alguien lo habría sorprendido inconsciente, indudablemente no habría sobrevivido.
A los 8 años de edad aproximadamente, tuve la suerte de ganarme su aprecio para que accediera a mostrarme la huella de su transmutación en ser especial entre los humanos comunes y corrientes, cosa que sé que le fue negada a muchos entre ellos mis propios abuelo y padre, ocurrió una mañana entre Diciembre y Marzo en que cumplía mi obligación diaria de prevenir alguna infección del ombligo o las siempre peligrosas diarreas en las alpaquitas recien nacidas, responsabilidad que exigía pedalear todos los días por media hora o algo más la pequeña bicicleta infantil marca Anda hasta llegar a la cabaña del querido tata Arce, muñido de un frasco de aseptil rojo y sulfadimetoxina inyectable, algún ungüento oftálmico y el infaltable presente para los hijos del tata Arce.
Qué lejos del “pago a la tierra”
Era ceremonioso verlo oficiar de levita, era impresionante el silencio sepulcral de profundo respeto de todos los presentes durante el K’intu, el verdadero K’intu; inspiraba reverencia el sagrado lugar donde se oficiaba el rito, era sabio acompañar el momento con una oración entre dientes, escoger las 12 hojitas de coca más inmaculadas desde la Unk’juña extendida sobre la mesa de piedra y dárselas al tata Arce para que él hiciera lo que todos podrían haberle imitado, pero que sólo él tenía una especie autoridad legítima para ese acto, autoridad que jamás se le habría ocurrido explotarla comercialmente y por eso era querido y respetado. Esas cosas nacieron para otro motivo muy diferente a generar lucro o “simpatía” política o, dicho más claramente, prostituir un rito sagrado.
¿Cómo decirles a ciertas personas como la señora Araoz que eso que hizo es un sacrilegio? ¿cómo decirle que eso que vulgarizó, es una ofensa a la usanza divina del K’intu, que no se puede hacer algo de esa trascendencia de cara a las cámaras de televisión, o la de los fotógrafos sin profanar su santidad y menos con ese disfraz digno de más vulgar de los circos?. En fin, ya todo esta corrompido, para todo vale la impostura, todo esta perdido; nunca nos entendería si le dijéramos que ni siquiera personas tan allegadas como los hijos del tata Arce u otro scomo él, y menos quienes solo le conocimos aunque sea muy de cerca, tenemos el derecho para vulgarizar a ese extremo un evento de comunión del hombre con alguna entelequia sobrenatural que todos deberían respetar aunque nadie la entienda; ni siquiera si existe un motivo plausible como el reciente caso de Macchu Picchu, que, por desgracia, es más comercial que un reconocimiento oficial universal.