Tácataca tácataca tácataca... obligan a sorber prematuramente las últimas gotas del corto sueñito.
-están lejos mamá, al frente... – balbusea ininteligible, la había notado incorporada en el otro lecho del mismo dormitorio que ahora compartían.
Es temprano aún, a esta hora el tamboritero va por la necesidad de advertir que no son ladrones; siempre a una o dos cuadras por detrás de los abretodos, ese grupo de mocosos que no conocen cerradura, muro, valla, ventana, ni nada que no se pueda abrir; esos que por la sorpresa de su número, ayudados por la hora, intimidan hasta a los perros más fieros.
-Creo que tienes razón, que duerman un poco más… acaban de acostarse…que…-
Qué más querría decir antes de que Morfeo la vuelva a zambullir en sus dominios, hoy más acogedores que nunca. ¿Y tenían que venir hoy?, ¿por qué no se les ocurrió cualquier otra madrugada?, ¿que hora será? ¡Qué manera de sorprender!
Tácataca… Suena el tambor de cuero de venado casi imperceptible todavía, ¡quien podría confundirlo!, ambas escucharon ese primer “¡ta!” acentuado del monótono traqueteo, todavía sigiloso, suave, hasta cansino de la caja, el único que a la lejanía se percibe en plena noche lóbrega; ni el desvelo poco acostumbrado ya para su edad, las había rendido lo suficiente como para no reconocer esos acompasados tamborileos que se tocan al costado del burro albardado de ortigas, las curo-curo, las de hojas verde-oscuras y grandes, las más urticantes... esperando a que sienten encima de tan mullida ensilladura, al ‘elegido’ del año… traviesos esos...¡para las cosas que tienen gracia!.
Es el tiempo justo, el corto momento en que los perros ya no resisten a la fuerza del descanso y desisten por algunas fracciones de hora de avisar a sus amos que hay extraños rondando, momentos previos a que empiece la loquería de los trinos.
Ya vienen...
*****
Tocan un huayno, de los decentes, esos pausados, en allegro moderato, en tono muy bien definido; sin los resbalines entre frase y frase -glisandos inoportunos- ni la tendencia a repicar solo en unos cuantos sonidos de los pasña-saltachis (melodías que hacen retozar a las cholas, quiere decir); para unos, esos bailables ralentizados en los que el ‘caroso’ con su guitarra y melódica voz era experto intérprete, eran bellos, tanto como les parecían sosos a sus detractores; eterna dialéctica, eterna cuestión de gustos.
-A que no sabes por qué Doña María sigue en la fiesta...- marcaba la 1 y algunos minutos cuando Juana le susurraba al oído para continuar la charla de comadres que en la fiesta estan sentadas esperando a que alguien las haga bailar, rumiando su vieja desventaja de género.
–Dicen que habrían entrando algunos bultos que parecían latas de asado a su casa…-
Es Ofelia, la joven de 17 años, hija de María, quien pasará el alferado del Chiuchico... mejor dicho fue a ella a quien cogieron de la cama... no de la suya... de la del novio... se casaron en agosto pasado.
–Uhmm... puede ser por eso que invita y anima a que la fiesta dure más tiempo... –
Bastaban las frases, eran Morse para cualquiera, nadie las entendería, saben que la forma más segura de tener gran número de posibles incautos, es cuando caen rendidos por el cansancio y juerga de la fiesta anterior, esos no bien llegan a dormir, quedan petrificados a merced de los alferados; para ellos ya ni siquiera serían necesarios los sortilegios paganos con coca, vino, alcohol y el acostumbrado servicio de pago a la tierra y los dioses circundantes, se dice que con la finalidad expresa de dormir a los perros y/o hacerlos mansos; rito que se hacen momentos antes de salir de reclutamiento.
Ellas se comunicaban alertándose ambas; los tiempos están algo difíciles, no son fáciles de conseguir los pocos centavos con que les compran sus productos; se prevenían mutuamente para que los suyos no sean las victimas de las travesuras de los jóvenes; había un grupo de ellos que, coetáneos de los hijos de ambas, se habían organizado en un nuevo club que pretendía revivir las viejas costumbres que el otro, que amenazaba con desaparecer, había dejado de practicar. El grupo del chico que estudiaba derecho en la universidad del Cusco, que, dicen, habría estado medio enamorado de Ofelia, la habían cogido con ‘el caroso’, se habrían tenido que conformar con prenderles como alferados indiscutibles para este carnaval de 1940.
*****
Tácatacatacataca tácatacatacataca tácatacatacataca ahora los sonidos son intensos, frenéticos, acelerados, más acompasados a la alegría. Cambiaron notablemente de ritmo, estan en pleno climax, acaban de sacar a la proxima alferada, el griterio es brutal al tiempo que se oyen chillar las ágiles melodías de los pitos, una especie de flauta o quena de cuatro huecos, del tamaño de las últimas, eso les diferencia de sus primos los pinquillos; por ellos, los viejos decían que algunos carnavales son de pito y caja. ¡Quien sabe si son remembranzas locales de la chifla y tambor de Leon!, en España.
Se incorporó con el bullicio, quiso alertar, dar aviso a sus nietos, pero… Dos chicas embetunadas ya intentaban pintarle la cara… -Los cachetitos Doña Ofelia, los cachetitos nada mas- le decía quien se identificó como nieta de su vecina, junto a dos chicas más y algunos varones que no se los veía en la oscuridad, sus carcajadas los delataban; imposible reconocerlos rápidamente, tenían la cara toda pintada de negro.
-Ya están afuera sus nietos- le decían al tiempo que unos dedos jóvenes le hacían unas caricias en la cara, dejándole el típico olor a alquitrán que contiene el betún para calzados, ya estaba ligeramente embadurnada, su condición de anciana le había protegido un poco, la turba le tuvo algo de consideración; al irse no se olvidaron de invitarla a la sede del club, -en cuanto aclare bien el día tiene que venir al remate doña Ofelia, la esperamos- le dijeron, la fiesta continuaria hasta promediar el medio día, con música y el infaltable asado de cordero.
Eran muchos, a todos los fueron reclutando en el camino, algunos cayeron cuando todavía no habían llegado a sus casas, otros salieron de ellas despertados porque los alferados no habían cuidado de ser tan cautelosos y otros también salieron avisados de antemano para ayudar en el reclutamiento de consocios del club, ya habían pasado por las casas de casi todos…
¿Por donde entraron? nadie supo, si la ventana o la puerta, algún requicio debieron encontrar, solo se sorprendieron con ellos ya en los dormitorios pintandoles las caras.
De pronto se escucha:
-¡v[ie]va G[ie]sella!- lo que provoca un crescendo de la hilaridad del grupo, en el mismo momento que Sara, la hija mayor de Ofelia entraba en pijama toda embetunada, ella había logrado despertar a dos de sus hijos, pero a Gisella, su hijita de 16 años, la habían sacado de la cama. -mírate en un espejo mamá, ¿a ti también te pintaron?- entraba riéndose –a Gissela se la llevaron en el burro- decía luego, dudando entre la complicidad y la resignación, pero claramente alegre.
-ah ¿por eso la están vivando?-
-si, es el profesor Jesús quien grita-
-¿el de Azangaro?-
-el mismo, dicen que el martes llegó en el camión exclusivamente porque quiere saber cómo es el chiuchico del carnaval, que le han hablado maravillas de él y que no quiere perderse la oportunidad de participar en uno, por eso volvió de sus vacaciones-
-y cómo sabes que es él-
-¿que no le escuchaste vivar?, además, lo vi-
- ah, si… ¿no se ofenderá?, creo que se rieron de su viva
*****
-le tengo una mala noticia comadrita…- se presentó Don Juancito el telegrafista en la puerta, ha llegado este telegrama para usted:
-Gracias compadre, ¿cuanto le debo?-
-Solo 4 reales comadre, por la entrega solamente, el costo del envío ya esta pagado; pero puede dármelos después, debe estar usted con muchos gastos-
-Si, pero ya cumplí con el compromiso de mi hija felizmente. Gracias compadre- Se despide Ofelia abriendo el sobre cuadrado, claramente afectada:
“SEÑORA MARIA…:
URGE VIAJE, OFELIA CON SOBREPARTO. SALUDOS… “
Se leía en el telegrama remitido por el dueño de la casa en que vivían su hija y yerno en Sicuani.
A las 4 de la mañana siguiente, llevando tres arrobas de moraya sobre los lomos de Saina, la mula, mas unos cuantos cueritos de cría de alpaca, los que puso como carona, cabalga Juan el 'caroso' sobre Bayo, el semental que era capaz de recorrer 10 leguas al día y terminar en su destino bailoteando todavía, se van apurados… Lleva en la Saina más que bienes que venderá para solventar el trataiento de su esposa, carga la esperanza de poder resarsir el descuido en el que incurrió por cumplir con el compromiso adquirido hace un año atrás; aunque viajar las 25 leguas de distancia a caballo, cargando dos odres de vino, había sido idea de ella misma, le había pedido que no se preocupara. -¡Si por lo menos hubiera tren!, oh si el Perú no nos hubiera abandonado- lamentaba su suerte.
Su tez clara estaba ruborizada por el abuso de cerveza, su propio resuello tenía todavía fuerte contenido alcohólico, es viernes, en la semana del carnaval. Debe ser por eso que claramente le notaron palidecer cuando le leyeron el telegrama.
******
-¡Mama!...- la consuela Sara, al volver a mirarla, la había notado lagrimear, ambas están viendo por la ventana al gentío, ya considerable, alejarse con Gissella en el burro, la abraza maternalmente para susurrarle -¿qué te pasa?, es carnaval-
-nada, solo recordaba que cuando tenía la edad de ella, por culpa del carnaval me casé y después de que naciste tu, en el carnaval siguiente casi muero con sobreparto … si por lo menos tu padre siguiera vivo-
-por culpa del chiuchico querrás decir-
-si, por culpa del chiuchico- asiente Ofelia.
-pero mi padre hubiera querido que estés alegre, era un eterno carnavalero-
Son las 4 y media de la madrugada mas o menos, a ésta hora el trinar de los pájaros es ensordecedor, la hora del chiu-chiusito le dicen los mestizos de Macusani; para ésta hora ya tiene que haber un nuevo alferado, de ahí el nombre de la tradición, esa es la idea, así es un chiuchico perfecto, ahora con Gisella en el Burro.
-Solo dios sabe si de aquí a otros 53 años, Gisellita estará diciendo lo mismo que yo- dice al tiempo que suspira Ofelia secandose las mejillas.
-¿tu crees?- le contesta Sara, retirándose para vestirse; sabe que serios cambios amenazan.
A LA VUELTA DE LA ESQUINA.
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