A LA VUELTA DE LA ESQUINA.

A LA VUELTA DE LA ESQUINA.
YA SE VIENEN!!!

4/2/07

LA SANGRE EN LAS TRADICIONES Y OCASIONES PARA BEBERLA

Ese particular elemento de los animales, fue concebido como elemento vital desde tiempos de Hipócrates, Galeno y los viejos médicos griegos clásicos de occidente, a causa de ella, sublimando su importancia y función, crearon la visión humoral de la salud y enfermedad, decían que de la calidad de humores que se tenga circulando en el cuerpo dependía si la persona gozaba de buena o mala salud.

A este lado del Mundo, contemporáneos a los anteriores, los médicos hoy anónimos, creadores de la otra medicina clásica que existe en el mundo, la medicina Quechua, de ellos, hay que decirlo, los que procedían del territorio Callahuaya, fueron de una clase importantísima; también percibieron su importancia y, a su modo, nos legaron algunas de sus interpretaciones de esa gran incógnita: el ciclo entre la vida, la salud, la enfermedad y la muerte.

En Carabaya, y en buena parte de los andes por encima de los 2500 msnm, existen, y no horadando árboles, una variedad de pájaros carpinteros que popularmente les llaman pitos, en quechua Jack’acllu -el apostrofe quiere indicar una dicción dorso-velar neta, casi glotal- palabra de origen onomatopéyico (¡cuando no!) que intenta emular el sonido característico que emite este pájaro al volar, sonoros jack – jack – jack – jack repetitivos. Tiene el plumaje beige-amarillo, de espalda y alas matizadas con plumas gruesas de color marrón oscuro, negro y gris, en la nuca posee un pequeño mechón de plumones de color rojo intenso que resaltan nítidamente; en éste caso, el nombre taxonómico vale para maldita la cosa, y, a decir verdad, no lo buscamos. Se cree (en Macusani y alrededores) que la sangre de este animal, especialmente cuando es pichón, es santo remedio para las epilepsias y/o desmayos, que el vulgo ve iguales o por lo menos de origen similar, verbigracia, algún mal (inexplicable) en la cabeza; conocimos más de un caso en que los familiares de un “enfermito” pagaban unas cuantas monedas por pichón vivo, fomentando así las frecuentes travesuras saquea-nidos de algunos jovenzuelos; la muerte del animal, dicen, debe ser por degüello, oraciones y/o ritos más, la sangría del animalillo es dado a beber y se espera que con algunas repeticiones de este tratamiento, el paciente quede libre de ese mal bastante temido. En Nuñoa, con similar finalidad y procedimiento, supimos que se usaba la sangre de murciélago.

A nuestros días, es lógico el escepticismo por lo beneficiosos que pueden llegar a ser estas técnicas terapéuticas, aunque no es lo mismo que cerrarse a aceptar toda posibilidad de algún provecho aún oculto, ¿Cuánto habrá influido el plumaje rojo en la nuca del pito para alimentar éste uso? ¿Se habrá reparado popularmente en la, dizque, particular anatomía del carpintero a prueba de golpes de cabeza? ¿Cómo se habrá llegado a la conclusión de los poderes terapéuticos de su sangre?, son preguntas que no podríamos responder rápidamente. Valgan estos renglones para registro más que para apología de estas prácticas aún vigentes.

Al Margen:
El raquis de las plumas caídas del pito, recortadas en no mas de un centímetro de largo, es apreciado para prevenir las infecciones de las perforaciones para las joyuelas (piercing) del lóbulo del pabellón auricular en niñas; en Carabaya se cree que usando estos pedacitos de raquis, antes que los usuales aretes de oro o plata usados popularmente con el mismo supuesto fin profiláctico, introducidos inmediatamente después de haberse practicado la perforación, se cree que la heridilla tendrá menores probabilidades de infección, allí permanecerá hasta que se estime cicatrizado el agujerito.

Otra tradición en la que se suele beber sangre
Iremos al punto. Al margen de los servicios de agradecimiento en San Juan a una deidad que recientemente se llama también Pachamama (en el quechua autóctono de Carabaya, éste es un neologismo sin sentido etimológico; venido, a lo mucho, durante la corriente indigenista de principios del siglo XX), se hacen otros servicios de acción de gracias en carnavales, el ovejero (criador de ovejas), considera este agradecimiento estival de segundo orden, dado que Junio es el principal mes que el sincretismo popular asigna para el agradecimiento, el recambio y el mes para prodigarse en cuidados veterinarios para las ovejas; a pesar de esta característica, con las Chitas (durante estos agradecimientos carnavaleros, es pecado de gran magnitud asignarles otro nombre que no sea éste a los animalitos en cuestión, so pena de tremenda reprimenda, más severa si el faltante sabe la tradición, claro) se practica una ceremonia que es muy jocosa y no por ello poco seria, la ceremonia se llama t’ackaii -es un vervo quechua que indica ' rociar o derramar granos' u objetos de tamaño similar al de los maíces, aproximadamente- el apostrofe también pretende indicar dicción dorso-velar.

En un corral, que por tradición es el principal del fundo, principal por contar con la parafernalia apropiadamente acondicionada o construida en piedra para éste propósito; después de un preámbulo entre felicitaciones y agasajos a pastores y propietarios (en ese orden), se empieza con la ceremonia central, para ella se escogen los tres mejores animales de la manada menores de un año, dos hembras y un macho, se procura los de mejor calidad, como símbolo de lo que se espera para el resto de la parición y gesto de reconocimiento a la bondad recibida por la gracia divina.

Sobre una frazada de buena calidad tejida con lana ovina, y, obligatoriamente, en telar andino de suelo, se prepara la “mesa” para la ceremonia (debería ser altar o algo similar, pero se la denomina "mesa") que no es sino la manta extendida en el suelo adornada con flores silvestres de temporada, confites, mixtura y serpentina, rodajas de membrillo carnavaleros; sobre ella, la “mesa”, se sujetan a las urhuas (palabra cuyo uso pervive solamente en el ambiente ganadero, debe tener origen en el quechua arcaico, denota: hembra joven, su pronunciación es literal) y el cordero, íntimamente recostados sobre su lado diestro, una tras la otra, el macho al medio, la cabeza hacia el Este y con las patas enlazadas a manera de fuertes abrazos en fila india; en esa posición son objeto de una preparación “embellecedora”, a la usanza humana local se les pinta poncho y reboso, se les acicala el vellón, y se les viste de fiesta, sirven para ello sendas guirnaldas de serpentina adosadas al cuello de cada animal, flores y mixtura entreveradas con la lana de sus lomos y mas serpentinas y confites derramadas en el resto del cuerpo; este proceso es hecho por un maestro de ceremonia (usualmente el propio pastor) que alegra la fiesta con los ademanes más risibles que pueda ejecutar.

Una vez “aptos” los animales para representar en la fiesta a toda su manada, se empieza con la ceremonia propiamente dicha, en ella cada persona presente entre oraciones católicas entredientes, escoge de sobre la mesa (ésta no es la manta adornada, es otra mesa de piedra a cuyo rededor se sientan los propietarios, pastores y sus invitados) de la Unk’juña (mantilla exclusiva para la coca) seleccionan 12 hojas de coca de las mas inmaculadas posibles, las mismas que se entrega al maestro de ceremonia, quien las recibe entre rezos, parabienes y agradecimientos siempre en quechua y casi inaudibles como signo de reverencia ceremonial, la que se acompaña con el máximo silencio solemne de los asistentes; toma una parte de las hojitas (generalmente 3 de las entregadas por cada asistente) y esas las destina para enterrarlas en el lugar que ya se tiene designado desde siempre y que cumple la función de altar de la tierra o pequeño foramen que une el mundo superficial con las entrañas de la hallp’ita o tierrita (diminutivo por cariño, aqui se pretende graficar la pronunciación bilabial casi explosiva); tritura las 9 hojas restantes con la uñas para hacerlas “bebibles” unidas a vino o chicha, hará una mezcla suficiente para los dioses o espíritus de los cerros circunvecinos (de ellos, el mayor es el “tata Allinccapac”, por supuesto) y para verter en la boca de cada uno de los animales (il maschio da cappo) sujetados por sus ayudantes, todos varones, en la mesa ceremonial.

Como parte importante de la ceremonia se hace el rito del marcaje distintivo de macho y hembras, que consiste en pequeños cercenamientos de porciones de las orejas de cada uno de los 3 ovinos, la sangre que mana de las heridas es cuidadosamente recogida en una vasija especial de tiesto, usualmente sencilla y exclusivamente destinada a éste propósito (es oportuno aclarar que estos utensilios son celosamente guardados por el propietario y usados únicamente para los propósitos a los que se les destina año tras año, es de muy mal augurio si alguna de estas piezas frágiles de tiesto, sufre o sufrió algún daño) ésta sangre en la vasija significa, para los ovejeros, algo similar al alma de la manada, es un elemento con el que quieren y deben tener comunión; ser buen criador de ovejas significa tener consideraciones especiales con ellas, se les debe cariño casi fraternal, son seres vivos que tienen espíritus semejantes al humano, espíritus que son despedidos con ciertos ritos en el momento de degüello, por ejemplo, esto último ya es papa de otro saco, que esperamos, si no nosotros, que alguien escriba algo al respecto.

La forma más expresiva que tienen los ovejeros de Carabaya para comulgar con sus animales es bebiendo la sangre cruda de sus chitas, como parte previa al final de la ceremonia central del Chita T’ackaii, se prepara una mezcla de vino y esa sangre recientemente recogida, con toda la carga intangible del imaginario popular que arriba intentamos esbozar, mezcla que beberán los propietarios adultos y algunos voluntarios entre los pastores e invitados, este acto es símbolo de unión, compenetración, respeto y una de las consideraciones que debe el ovejero a sus animales y a la gracia divina que se las concede, todos tienen por entendido que el milagro de la buena reproducción de los animales, sólo es posible con ayuda sobrenatural.

La ceremonia, después de algunos pequeños ritos más, termina con una revoltosa juerga representada por el maestro de ceremonia que amarra la “mesa” (la frazada) imitando los movimientos que haría si estuviese en el último estado de embriaguez, movimientos que, a decir verdad, para éstas alturas de la ceremonia ya no son tan imitados, dada la cantidad de vasos de alcohol, vino, chicha y cerveza bebidos durante ella.

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